efecto ganador

El efecto ganador: Fortalezas y debilidades al tener éxito y poder

En estos días asistimos en la Argentina a una serie de revelaciones acerca de graves delitos cometidos por funcionarios políticos y empresarios, quienes pactaron contratos de obra pública a cambio de sobornos. Más allá de los detalles del caso, que serán dados a conocer luego de la investigación judicial en curso, los hechos generan diversos interrogantes referidos a la conducta adoptada por los involucrados. De entre todos estos, nos ocuparemos en este artículo de uno en particular: ¿por qué hombres de negocios muy poderosos pusieron en juego su reputación y hasta su libertad ambulatoria para participar de un acuerdo a todas luces vulnerable y deshonesto?

Un respuesta simplista a este interrogante podría ser “por codicia”. Sin embargo, la sola ambición, que es un componente fundamental de quienes dirigen grandes empresas, no basta para explicar la decisión de participar en un sistema de corrupción. Para comprender esa decisión es indispensable examinar dos aspectos complementarios. El primero está vinculado con los valores, esto es, con las conductas que esas personas consideran admisibles y con aquellos comportamientos que nunca adoptarían a cambio de un beneficio, por grande que este fuera. El segundo aspecto tiene que ver con una evaluación del riesgo de esta clase de operaciones, cálculo este que seguramente hoy muchos de ellos están revisando.

El éxito llama al éxito

La situación que intentamos abordar es un caso particular de lo que el neurocientífico y psicólogo escocés Ian Robertson denomina el “efecto ganador”. Según explica Robertson, en buena parte de las evaluaciones que hacemos de la realidad están presentes dos impulsos contradictorios. Uno de estos impulsos tiene que ver con el deseo que sentimos de lograr algo y de aumentar nuestra satisfacción de diversas maneras por ese medio; el impulso opuesto expresa los temores que nos provoca un eventual fracaso.

Basado en estudios acerca del funcionamiento del cerebro, Robertson señala que tener éxito y poder genera en las personas un incremento perceptible de la confianza en ellos mismos y de la competencia para detectar y aprovechar las oportunidades que se les presentan. Esa actitud ganadora no es solo psicológica: tiene un correlato en el aumento de la testosterona en el cuerpo y en la capacidad de procesar mejor en el cerebro dicho aumento, lo cual influye positivamente en la motivación y en la concentración. Así, suele suceder que tener éxito pone a las personas en mejores condiciones de percibir una chance favorable y de sumar un nuevo logro. Por eso, el éxito, como afirma la sabiduría popular, llama al éxito.

Puntos ciegos

Sin embargo, esta concatenación de buenos resultados no es eterna ni está en absoluto garantizada, aunque pueda en algunos casos mantenerse durante largos períodos. Al mismo tiempo que aumenta la confianza y la competencia para detectar oportunidades, el exitoso tiende a generar puntos ciegos que lo llevan a perder precisión al realizar determinadas evaluaciones. Tal como sugeríamos en la introducción a este artículo, estas evaluaciones imprecisas están referidas a la percepción de los valores y del riesgo.

Con respecto a los valores, estudios llevados a cabo por el psicólogo social estadounidense Dacher Keltner y otros investigadores muestran que gran parte de las personas con poder tienen el impulso de comportarse peor que el resto de sus semejantes. Las posiciones de poder, explica Keltner, reducen la capacidad de empatía de quienes las ocupan. Esto refuerza una amplia variedad de conductas inapropiadas, que van desde el flirteo desconsiderado y el maltrato a los subordinados a una actitud egoísta y aprovechadora de situaciones reñidas con la ética.

En cuanto a la percepción del riesgo, el profesor de la Harvard Business School James Heskett sostiene que la sucesión de buenos resultados puede transformar el orgullo en arrogancia. En esas circunstancias, la confianza necesaria para detectar oportunidades favorables cede el lugar a una sobrevaloración de las propias intuiciones en desmedro de la capacidad de adaptación a nuevos escenarios. Inadvertidamente, los líderes pasan de una actitud de observación atenta y análisis cauteloso a la expectativa de que los demás aprendan de ellos.

Prevenir desviaciones

El efecto ganador, advierte Robertson, está presente en todos los mamíferos. Se basa en una regla simple: si ganas una competencia, incluso ante un rival débil, el mero hecho de ganar hará más probable que ganes la competencia siguiente. En esta tendencia se basa, por ejemplo, la organización de peleas de boxeo muy accesibles cuando una gran estrella vuelve al deporte luego de una temporada de inactividad. Los cambios que provoca el efecto ganador pueden advertirse en el deporte, en el arte y en los negocios. Se verifican, incluso, cuando al estar en pareja las personas se sienten más atractivas y seductoras.

La contracara de esta disposición a obtener buenos resultados surge como consecuencia de que podemos aferrarnos a las sensaciones placenteras que nos provocan el éxito y las posiciones de poder hasta perder contacto con los demás y caer en un egocentrismo contraproducente. Como consecuencia de esto, tenderemos a desestimar las normas legales y sociales y haremos valoraciones distorsionadas de los costos y beneficios al tomar decisiones.

La pregunta obvia, llegado este punto, es cómo conservar lo bueno del éxito y prevenir al mismo tiempo desviaciones perjudiciales. No hay para esto una regla general, ya que la ambición de las personas poderosas suele tener una motivación fuerte, enraizada en la propia historia, y las posiciones de poder favorecen el aislamiento emocional. En ese contexto, cultivar la humildad y la actitud de aprendizaje puede resultar especialmente difícil. Intentarlo por distintos medios, si es necesario con ayuda profesional, vale realmente la pena. En ciertos casos, puede significar la enorme diferencia entre ser respetado por la comunidad y ser señalado en los diarios como un delincuente, acaso arrepentido.

Referencias

Ian Robertson, “The Winner Effect” [Video], YouTube, 04/02/2016, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=asGZlHxsLY8 (consulta 25/08/2018).

Dacher Keltner, “The Power Paradox”, Greater Good Magazine, 01/12/2007, disponible en https://greatergood.berkeley.edu/article/item/power_paradox (consulta 25/08/2018).

James Heskett, “How Do Leaders Manage the Tension Between Pride and Arrogance”, Harvard Business School, 30/11/2016, disponible en https://hbswk.hbs.edu/item/how-do-leaders-manage-the-tension-between-pride-and-arrogance (consulta 25/08/2018).

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