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Emprendedor/a: Definición, estereotipo y un par de advertencias

Para el diccionario, la palabra “emprendedor/a”, que puede usarse como adjetivo o como sustantivo, se utiliza para referirse a una persona que demuestra decisión e iniciativa para realizar acciones que son difíciles o entrañan algún riesgo. A partir de esta definición general y quizá con el propósito de promover una cultura del emprendimiento, hemos escuchado o leído elogios al espíritu emprendedor de próceres que lucharon por la independencia de su país y también de personas que montaron una parrilla en la puerta de su casa para vender sándwiches de chorizo o que compraron un pequeño comercio con sus ahorros y se dedicaron a atenderlo.

En mi opinión, una definición tan abarcadora termina causando el efecto contrario que pretende buscar, ya que dificulta la acumulación de conocimiento y el debate público sobre una realidad que constituye un aporte fundamental para la economía del siglo XXI. Teniendo en cuenta esto, me parece necesario tomar como punto de partida una definición técnica de la palabra “emprendedor/a”, que se ajuste a las características particulares del fenómeno en nuestra época y sirva para comparar y evaluar experiencias similares. Desde esta perspectiva, adhiero a la propuesta del profesor indio Satyabir Bhattacharyya, quien señala que son emprendedores aquellos que además de tomar el riesgo de iniciar su propio negocio, proponen a través de él algo nuevo con el propósito de cambiar las reglas del juego de su sector.

Estereotipo sin sustento

A partir de esta definición técnica, podemos ahora referirnos al estereotipo más frecuente acerca de esta figura contemporánea, que solemos imaginar trabajando sin parar en un garaje con un reducido grupo de fieles seguidores y la convicción de que va a cambiar el mundo. Esta concepción romántica, influida sin duda por todo lo que se ha escrito y especulado acerca de Steve Jobs, entraña una serie de suposiciones acerca del rol de emprendedor, a quien se postula como alguien con inclinación a tomar riesgos, capaz de generar ideas revolucionarias, y con una personalidad fuerte y extravertida.

Tal como señala el consultor estadounidense en emprendimientos e innovación Larry Robertson, nada de esto es así. En primer lugar, dice Robertson, una de las principales tareas de un emprendedor es la de mitigar los riesgos inherentes a su negocio; su inclinación, entonces, es la contraria de la que se le atribuye, pues para sobrevivir es indispensable que reconozca los riesgos y trate de acotarlos. Con respecto a la generación de ideas, lo que caracteriza a un emprendedor es la capacidad de síntesis y de absorción de todas las ideas vinculadas con su negocio, sin importar de dónde provengan. Además, tendrá que ser capaz de promover un constante ida y vuelta con su entorno laboral, comercial y social para mantener siempre vigente un espíritu de “prueba y error” que evite gastos innecesarios.

Por último, Robertson advierte que todos los intentos de buscar una correlación entre un tipo de personalidad y el éxito como emprendedor han fracasado. Hay emprendedores de diversas características, desde aquellos que se nutren del contacto con los demás y son muy competentes como voceros del negocio hasta quienes se concentran en la calidad del servicio y delegan toda otra ocupación, pasando por los que se destacan por su capacidad para conducir equipos heterogéneos o son organizadores metódicos, que hacen un óptimo uso de los recursos y de la planificación estratégica. Como veremos, lo que tienen en común no es la personalidad sino un fuerte compromiso con la decisión de emprender.

Elegir el momento oportuno

Luego de recordar que las estadísticas indican que la mayoría de los emprendedores fracasa, el psicólogo y especialista en economía conductual Dan Ariely señala que se trata no obstante de una experiencia que vale la pena hacer al menos una vez en la vida. Estar al frente de un proyecto propio, que intentaremos llevar adelante en un escenario complejo, con numerosas variables que no controlamos, nos servirá para comprender mejor la sociedad en la cual vivimos y para probar en ella nuestras competencias para los negocios y nuestra capacidad de aprendizaje. Se trata, dice Ariely, de “una aventura” que nos hará crecer y evolucionar, cualquiera sea el resultado final.

Sin embargo, dado que los riesgos no dependen solo de nuestras decisiones sino de las dificultades propias de cualquier emprendimiento, Ariely recomienda ser cautelosos al elegir en qué momento de nuestras vidas hacemos el intento. Según él, un período favorable es la juventud, cuando aún no tenemos la obligación de pagar muchas cuentas, o luego de un primer éxito económico que nos ha proporcionado un ingreso seguro, o pasados los 60, cuando ya nos hemos retirado, contamos con una jubilación aceptable y nuestros gastos han disminuido. Si bien tomar riesgos por algo en lo que creemos hace la vida más interesante, advierte Ariely, no conviene agregar a la experiencia las tensiones y el estrés provenientes de la urgencia por ganar dinero para llegar a fin de mes.

Una cuestión de actitud

A menudo, cuando leemos o vemos películas sobre emprendedores tenemos la impresión de que se trata de personas que tuvieron una visión extraordinaria, esto es, percibieron antes que otros lo que sucedería en un determinado sector y se pusieron manos a la obra para concretar esa idea. Desde este punto de vista, el emprendedor o la emprendedora son personas comprometidas con esa visión —de cuyo potencial son perfectamente conscientes— y tienen la decisión inquebrantable de llevarla adelante. Así contadas, las historias de emprendedores permiten construir relatos y guiones atrapantes, que sin embargo resultan de poca utilidad para aquellos que realmente quieren emprender.

Para aumentar sus probabilidades de éxito, el compromiso del emprendedor no debe estar ligado a ninguna otra cosa más que a la decisión de emprender. Las ideas, los colaboradores, la modalidad de trabajo, los productos o servicios, las alianzas, la financiación y todo lo demás estará subordinado a ese compromiso, que tendrá así el más alto grado de flexibilidad y, en consecuencia, permitirá detectar y generar una mayor cantidad de oportunidades. Antes que un “iluminado”, un emprendedor eficaz es un explorador incansable y curioso, que está siempre dispuesto a revisar y a cambiar. No acierta porque posee un sexto sentido o el poder de anticipar el futuro, termina eventualmente acertando porque tiene la determinación de hacerlo y para eso hace búsquedas y pruebas constantemente. No sabe lo que vendrá, está alerta para encontrar el camino que lo lleve hasta ahí y tiene la amplitud de miras y la ambición necesarias para reconocerlo a tiempo.

Referencias

Satyabir Bhattacharyya, “Entrepreneurship and Innovation: How Leadership Style Makes the Difference?”, Vikalpa,
Enero-Marzo 2006, Vol. 31, N° 1, pp. 107-115, disponible en http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.458.3122&rep=rep1&type=pdf (consulta 25/01/2018).

Larry Robertson, “Three Myths About Successful Founders That Just Won’t Die”, Fast Company, 26/10/2017, disponible en https://www.fastcompany.com/40483237/three-myths-about-successful-founders-that-just-wont-die?utm_source=postup&utm_medium=email&utm_campaign=Fast%20Company%20Daily&position=7&partner=newsletter&campaign_date=10262017 (consulta 25/01/2018).

Dan Ariely, “When Is The Right Time To Become An Entrepreneur?”, Lemonade, 03/05/2017, disponible en https://www.lemonade.com/blog/right-time-become-entrepreneur/ (consulta 25/01/2018).

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