Envidia y celos: Dos emociones poderosas que es necesario encauzar

Desde tiempos inmemoriales la envidia y los celos tienen mala reputación. Todas las culturas han transmitido de generación en generación historias que dan cuenta de los efectos destructivos de estas emociones, que pueden llevar a enfrentamientos cruentos y dolorosos entre personas muy cercanas, pertenecientes a veces a la misma familia. Este consenso social suele actuar como una virtual prohibición para la envidia, cuya irrupción punzante casi nadie se atreve a confesar, y como un límite para la expresión de los celos, que solo se consideran legítimos en dosis moderadas y en el contexto de una relación amorosa.

En las organizaciones con o sin fines de lucro, estas restricciones son aún más severas, pues la colaboración entre sus miembros se vería seriamente alterada por la manifestación de pasiones tan personales. Así, en el ámbito laboral la envidia y los celos son emociones cuya hipotética atribución se utiliza para descalificar a quien se supone las experimenta, pues nunca se admiten como parte del propio repertorio afectivo. Sin embargo, un ejercicio de honesta introspección basta para revelar que la envidia y los celos están presentes en todos nosotros. Negar su existencia o pretender que es algo que solo le ocurre a los demás es una manera segura de contaminar nuestras decisiones con distorsiones nocivas y debilitar así nuestra capacidad para obtener los resultados que deseamos.

La autoestima en peligro

Empecemos por definir la envidia y los celos, que si bien comparten varias características tienen ciertas particularidades que conviene apuntar. Según los especialistas en la materia, la envidia es el malestar que sentimos cuando alguien que juzgamos en uno o varios aspectos parecido a nosotros obtiene algo que queremos. La sentimos con mayor intensidad cuando hacemos esa comparación con una persona cercana, que consideramos de algún modo un igual. De hecho, nos inquieta muchísimo menos la fortuna de Bill Gates o la notoriedad de Greta Thunberg que el éxito como emprendedor de un compañero de estudios o la designación en un cargo destacado de un integrante de nuestro equipo de trabajo.

A diferencia de la envidia, que se manifiesta hacia un solo individuo, los celos siempre se expresan como un triángulo entre quien los experimenta, alguien cuyo favor la persona celosa quiere conservar y un o una rival que es percibida como amenazante para la relación. También en este caso, la cercanía y la comparación juegan un papel relevante. Nos importará poco y nada que nuestra pareja se sienta atraída por Brad Pitt o Scarlet Johansson o que el director del cual dependemos sea un admirador de Angela Merkel. En cambio, basta que nuestra pareja converse animadamente con una persona que consideramos atractiva o que nuestro director haga un elogio entusiasta de un colega para que sintamos alguna incomodidad e, incluso, cierto desagrado con nosotros mismos al verificarla.

Tanto la envidia como los celos están allí para que revisemos nuestra autoestima. En cierto modo, son la compensación del sesgo optimista que todos tenemos y que nos sirve para afrontar con buen ánimo nuestros proyectos. Mientras el sesgo optimista nos proporciona el envión necesario para seguir adelante, pues nos hace creer un poco mejores de lo que somos, las comparaciones que suscitan la envidia y los celos nos dan cada tanto una sacudida que sirve para moderar el entusiasmo. Duelen, afectan la autoestima y nos ponen en movimiento, con frecuencia en la dirección equivocada.

Desgaste personal

El malestar provocado por la envidia y los celos es tan insidioso que a menudo sentimos la tentación no solo de reprimir su manifestación sino de soslayar su importancia. Con ese propósito, nos convencemos de que no afectará nuestra conducta ni tendrá influencia en la toma de decisiones, la cual seguirá las reglas de racionalidad que supuestamente nos caracterizan y se mantendrá comprometida con valores menos cuestionables. Pretendemos, entonces, que la envidia y los celos no pasan de ser un percance íntimo, casi irrelevante.

No es esto lo que advierte el inversor estaodunidense Warren Buffett, que a sus 89 años es uno de los más exitosos y ricos de la actualidad. En base a su vasta experiencia en el análisis de empresas y mercados, Buffett sostiene que lo que mueve el mundo de los negocios no es la codicia sino la envidia. A su vez, Charlie Munger, 96, socio de Buffett y estudioso de la conducta, ha tratado de desarrollar métodos para contrarrestar la influencia de la envidia y los celos en la toma de decisiones, pues considera que ceder ante ellos es una manera segura de perder cantidades considerables de tiempo y de dinero.

Para Buffett y Munger, las distorsiones más habituales provocadas por la envidia y los celos tienen que ver con la determinación de superar o dañar al otro por encima de toda otra consideración. Esa voluntad afecta las relaciones, dificulta el trabajo en equipo y termina perjudicando severamente los resultados. Además, estar en pie de guerra lleva a un desgaste personal que termina debilitando el compromiso con nuestra actividad, al tiempo que nos dedicamos a rumiar una serie de argumentos mediante los cuales tratamos de salir airosos en un debate ilusorio con nosotros mismos.

Evaluar y sacar provecho

Para encauzar emociones poderosas como la envidia y los celos es necesario usar todos nuestros recursos de inteligencia emocional. Por un lado, conviene pasar en limpio el juicio automático que estamos haciendo para comprender su verdadero alcance. A menudo, nos centramos en algunos datos relevantes acerca de otra persona y perdemos de vista diversos aspectos de la comparación implícita que estamos haciendo. Vale la pena, entonces, detenerse a examinar no solo las semejanzas en las cuales se basa nuestro malestar sino también las diferencias, es decir, aquello que puede explicar mejor la ventaja que nos irrita.

Una vez despejado el impulso de evaluar las cosas peores de lo que son, es necesario tratar de entender a qué se le tiene envidia o celos y comprender que muchas veces esas emociones nos están indicando algo que nos falta o que no hemos desarrollado lo suficiente. Advertido esto, llega el momento de quitar el foco en el otro para ponerlo en uno mismo, y de usar la envidia y los celos como disparadores de un proceso de aprendizaje y mejora. Aunque nos cueste admitirlo en primera instancia, en todas estas situaciones hay un componente oculto de admiración que nos conviene reconocer y aprovechar.

Para concluir, una recomendación práctica que me dio mi padre hace tres o cuatro décadas y que me ha sido muy útil desde entonces: es mucho mejor que las personas que conoces tengan éxito, pues eso aumentará tus oportunidades; si estás rodeado por aquellos que fracasan, antes o después te verás en la obligación de socorrerlos.

Referencias

Tanya Menon y Leigh Thompson, “Envy at Work”, Harvard Business Review, Abril 2010, disponible en https://hbr.org/2010/04/envy-at-work (consulta 17/05/2020).

Domingo Karsten, “How I learned To Stop Envying My Competitors’ Successes”, Fast Company, 26/02/2016, disponible en https://www.fastcompany.com/3057132/how-i-learned-to-stop-envying-my-competitors-successes (consulta 17/05/2020).

Farnam Street, “Mental Model: Bias from Envy and Jealousy”, fs Blog, Agosto 2016, disponible en https://fs.blog/2016/08/mental-model-bias-envy-jealousy/ (consulta 17/05/2020).

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